La felicidad, un anhelo profundo y universal, enfrenta en el Perú un laberinto de retos que parecen hacerla casi inalcanzable. Más del 26.9% de la población vive en pobreza, según el INEI, un dato que trasciende las estadísticas y se convierte en un reflejo de profundas desigualdades que invitan a cuestionar el sentido de la felicidad en medio de la adversidad.
¿Qué es la felicidad?
Para la economista piurana Blanca Elisa Saavedra Hernández, la pobreza y la inseguridad no son solo problemas materiales, sino una amenaza directa a la satisfacción personal, convirtiendo la búsqueda de la felicidad en un proceso teñido de incertidumbre y miedo.
De igual forma, la profesional asegura que una persona feliz se caracteriza por sentirse útil y ayudar a otras a que sean felices, ya sea realizando el trabajo individual o generando empleo para terceros.

El psicólogo clínico Pedro Vilela concuerda en parte con Blanca Saavedra. El plantea que la felicidad es un “manejo activo de las emociones”, acción que requiere tanto de autoconocimiento como de responsabilidad. Es decir, para Vilela, la felicidad de cada persona dependerá mucho de cómo ésta asuma cada hecho de su vida, incluyendo los más duros o difíciles, sin que condicionen su felicidad.
Desde la visión del psicólogo, muchos peruanos se encuentran atrapados en preocupaciones sobre el futuro, perdiendo de vista el presente.
Este énfasis en el “aquí y ahora” es, para Vilela, una llave que permite abrirse a la posibilidad de experimentar una felicidad genuina y profunda. Liberarse del peso del mañana es, en sus palabras, la única forma de reducir la ansiedad que amenaza con desdibujar la realidad.

¿La felicidad se alcanza con la estabilidad económica?
Para la economista Saavedra Hernández la felicidad no debería depender de factores materiales, aunque reconoce que la estabilidad económica y el trabajo digno tienen un impacto decisivo en la percepción de la felicidad.
Frente a la idea anterior, las oportunidades laborales limitadas obstaculizan el desarrollo económico personal y restringen las posibilidades de satisfacción plena para muchos ciudadanos. Es allí donde surge la necesidad de reflexionar si la prosperidad condiciona la felicidad.
El sacerdote Gino Manuel Falen Vieyra lanza una respuesta a esa inquietud: la espiritualidad brinda a las personas una fuente de fortaleza ante la adversidad, ofreciendoles consuelo y un sentido de comunidad que no siempre encuentra en lo material.
En un contexto de carencias, señala Falen, la fe se convierte en un refugio invaluable, ayudando a muchos a resistir la precariedad y a hallar paz interior.
“(La Fe) es una conexión que, si bien trasciende lo económico, proporciona una base de resiliencia y esperanza, especialmente para aquellos que tienen poco a qué aferrarse”, comenta el presbítero.

Una meta alcanzable
Aunque los desafíos para alcanzar la felicidad en el Perú son inmensos, no son insuperables. La felicidad no es solo una meta, es una decisión de vida que las personas podemos asumir a pesar de las adversidades.
Ya sea que se identifique con el criterio de la economista Saavedra, la opinión del psicólogo Pedro Vilela, o las afirmaciones del sacerdote Gino Falen, siempre será válido plantearse la pregunta de si somos felices haciendo lo que hacemos; la respuesta dependerá del énfasis que cada uno le otorgue a la realidad y de su propia valoración.
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